viernes, 13 de julio de 2012

Del misterioso pincel del gran Van Gogh: "Depresión"





Tendrías...

Tienes que ver como entre la hierba y la casa se va colando la luz.
Va atravesando a lo largo del día tonos ocres
hasta llegar al anochecer totalmente roja.

Tienes que ver como desde el porche se ve la sierra,
sentir el sosiego y la extrañeza porque tú nunca estuviste en ella
siendo tuya y suya desde el día que fue vuestra la Cerca.
Para el alivio.
Creer en el destino solo sirve para el alivio.
Del dolor de su huida, su ausencia, su pérdida de momentos,
de los surcos que nunca labrará en su cuerpo la vida.

"Algo poderoso, el destino.
Puedes intentar huir de él, pero al final te atrapa" (Un viaje de diez metros, C.Morais)

Alivio porque nadie de nosotros, ni siquiera tú podríamos haberlo cambiado.
Porque el destino nos atrapó, te robó lo que te pertenece,
tus días bellos, tus días feos, tus días largos, ...
Tus días.

He escuchado algunas veces a un artista decir
que no todo está escrito.
Y no quiero creerlo,
una vez  más no me lo cuestiono.
Por el alivio.

Nostalgia de algo que no ha pasado.

Ha pasado muchas luces ocres
desde que no te nombramos.
Sin embargo, en todas estabas tú.
Sigue doliendo.

Y su expresión volvió a la misma,
igual que mi pena y mi soledad sin ti no se fueron.
Su impotencia tampoco.

Tampoco nos devolverá el destino
nuestros días bellos...




miércoles, 11 de julio de 2012

Palacios, chabolas



Vuelvo a ti y el primero de tus barrios me vuelve a asegurar nuestra deuda pendiente.
Que fuiste las calles de su desesperación
y te debo que nunca más volvimos.
Que yo nunca más volví para no mirar el cordel donde ella tendía la ropa
entre cientos de pensamientos que volaban a toda velocidad.


Para no mirar las calles por donde de chiquinina me llevaba por la mano bien prieta,
para no re-descubrir que eres la ciudad que más me guarda de ella.


Me debes la traición de acoger los días de mi infancia
para luego culminar en ti la explosión de su delirio,
su desolación, sus días de maldita desgracia.


Te debo quizá mil lágrimas,
mis recuerdos de aquella casa de la que ella era criada mimada